¡Los migrantes no son chivos expiatorios!
«Somos una especie en viaje No tenemos pertenencias, sino equipaje Nunca estamos quietos somos trashumantes» Movimiento de Jorge Drexler.
Las últimas 36 horas en Ecuador han sido terribles. Varios grupos de la delincuencia organizada local, aupados en los últimos años por carteles del narcotráfico internacional, colocaron coches bomba en diversas partes del país, secuestraron a policías y custodios de las cárceles, tomaron un canal de televisión mientras transmitían en vivo y amenazaron al gobierno con escalar la violencia si no cumplían con sus demandas.
El gobierno del presidente Daniel Noboa decidió declarar la existencia de un conflicto armado interno en el país y eso ha dado pie a la militarización de Quito y Guayaquil y ha declarar como terroristas a 22 grupos de la delincuencia organizada.
Esos grupos ahora son objetivos militares.
Escribo esto desde Quito. Es la mañana del 10 de enero y una espesa neblina se posa sobre la ciudad. A los ruidos normales mientras se despierta la gente se le une el paso de patrullas de la policía y tanquetas militares.
Las calles están desoladas: suspendieron las clases presenciales en colegios públicos y privados, el transporte público está trabajando al mínimo (hasta ahora el Metro de Quito no ha dejado de funcionar) y muchos mercados y bodegas, que desde las cinco de la mañana ya estaban trabajando, hoy tienen cerradas sus puertas.
El sentimiento de la población es de tensa calma. No sabemos qué pasará ahora.
Desde 2021, cuando se presentaron las primeras masacres carcelarias en Ecuador, ya se sentía que la delincuencia organizada quería tomar el control de ciertas áreas del Estado ecuatoriano. Y esta situación llegó a un punto álgido en agosto de 2023 cuando asesinaron al candidato presidencial, Fernando Villavicencio.
Yo llegué a este país en 2017, y puedo dar fe de que la seguridad ciudadana era mucho mejor por aquellos días. Ecuador llegó ser el país más seguro de Suramérica, después de Uruguay, ¿qué pasó entonces?
Una pregunta con varias respuestas complejas y que involucran a varios sectores de la sociedad ecuatoriana que van desde pugnas políticas dentro del Estado desde hace siete años hasta una pandemia que afectó la economía.
Pero, jamás, la culpa ha sido de los migrantes.
En especial de los migrantes venezolanos.
En las últimas horas he visto por redes sociales cómo el discurso xenófobo y anti migratorio hacia los venezolanos en Ecuador (y en realidad en toda América Latina) aumentó a tal punto de considerar que la migración venezolana es la culpable de todos los males de la región.
Empezando por las declaraciones del general Eduardo Pérez Rocha, ex director de la Policía Nacional de Perú, que en una entrevista para el canal de televisión peruana Latina Noticias declaró que tanto migrantes venezolanos como colombianos se «tomaron Ecuador» para meter el narcotráfico y la violencia.
Y aunque esto no es nuevo, ni en Ecuador ni en la región, ya lo vimos recién con la marcha xenófoba de Pelileo, usar a los migrantes como chivos expiatorios en épocas de violencia extrema no sólo pone en riesgo a toda una población migrante sino que exacerba nacionalismos y patriotismos que no traen ningún beneficio.
Y antes de que en Ecuador llegáramos a este nivel, ya desde el gobierno del presidente Daniel Noboa se planteaba una consulta popular (que sigue en marcha) que en una de sus preguntas, la pregunta 10, plantea reformar los procedimientos de inadmisión, deportación y expulsión de extranjeros para «controlar la migración y fortalecer la seguridad del Estado».
Cuando desde las autoridades oficiales se potencia una narrativa que mezcla migración con criminalidad, se hace cuesta arriba derribar mitos y generalizaciones que afectan a los migrantes.
Lo que aún no entendemos es que dato mata relato, y en el caso de Ecuador, desde la Policía Nacional, la Fiscalía y el Ministerio del Interior se han dado datos bastante específicos sobre cómo los migrantes no sólo no influyen significativamente en el aumento de la inseguridad del país sino que una integración social y económica efectiva de esta población sería provechosa para el país.
Por ejemplo, según datos de la Policía Nacional de Ecuador, durante 2023 sólo el 2.8 % de los detenidos en el país no eran ecuatorianos. Y hasta octubre de 2023, según datos del SNAI, sólo el 0.29 % de los venezolanos viviendo en Ecuador estaba preso por cometer algún delito.
Estas son cifras que se repiten a los largo de la región.
En Colombia, Perú y Chile, por ejemplo, los datos nos siguen mostrando números no significativos de migrantes venezolanos que han cometido algún delito. Números que no respaldan esas teorías (y conspiraciones) de que la migración no es buena.
Tratando de entender el por qué los migrantes son los perfectos chivos expiatorios de los gobiernos para justificar todas sus metidas de pata, me encontré con este artículo de Lucila Rodríguez - Alarcón que en una de sus líneas dice: «El tema es que el debate migratorio se centra en hacernos creer que se está hablando de otras personas que no tienen nada que ver con nosotras. Esas otras que "tienen" que huir y cuyas circunstancias nunca serán las nuestras. Pero la realidad es que los derechos o se construyen para todas las personas o se destruyen para todas.»
Tiene sentido que desde gobiernos que apoyan ideas fascistas o mesiánicas se impulse este tipo de dicotomías fundamentadas en un enemigo externo. Un enemigo extranjero. En estos casos no importa cuál sea la verdad: la sustentada con datos y contexto; cuando las sociedades se casan con la idea de que algo más allá de sus propios errores y carencias son culpables de sus males, es muy difícil desinstalar ese chip.
Lo que nos queda, no sólo a los periodistas que cubrimos migración, sino a todos los seres humanos que habitamos este planeta y que en determinado momento hemos migrado o que tenemos amigos o familiares que han migrado, es levantar nuestra voz y pedir que se detenga el uso de los migrantes como chivos expiatorios.
Quiero creer que esa idea no es tan descabellada.